En lo más profundo de la Sierra de Aracena, donde los bosques se enredan entre nieblas y los caminos parecen susurrar viejas historias, hay una zona boscosa conocida por los lugareños como El Barranco de los Ecos. Allí, bajo la sombra de encinas centenarias y rodeados por un silencio denso, aún se recuerda con temor la historia de los cazadores perdidos, un grupo de hombres que se adentraron en la sierra… y nunca regresaron.
Un viaje sin retorno
La historia se remonta a finales del siglo XIX, cuando tres experimentados cazadores Bartolo, Ginés y Rafael partieron desde un cortijo cercano en busca de jabalíes. Era octubre, temporada de nieblas y lluvias, pero ellos conocían la zona y confiaban en sus habilidades.
Sin embargo, esa noche ocurrió algo extraño. Según relataron más tarde algunos testigos, la sierra entera pareció enmudecer tras la partida de los hombres. Los perros no ladraban, las aves callaban y el viento dejó de soplar. Como si la propia naturaleza supiera que algo iba a ocurrir.
El encuentro en el claro
Los cazadores se adentraron en el bosque profundo, siguiendo rastros que los llevaron hasta un claro rodeado de grandes piedras, un lugar que los ancianos evitaban desde hacía generaciones. Allí, escucharon un sonido seco, como un silbido agudo que cruzaba el aire.
Ginés, el más supersticioso, insistió en regresar, pero Bartolo se burló. Antes de que pudieran decidir, una figura alta, cubierta con una capa oscura y un sombrero antiguo, apareció entre los árboles. No caminaba: se deslizaba sobre las hojas secas sin hacer ruido.
Intentaron hablarle, pero la figura alzó una mano huesuda y desapareció entre los árboles con una risa grave y metálica.
Una desaparición sin rastro
Al día siguiente, los aldeanos notaron su ausencia y salieron a buscarlos. Durante tres días rastrearon la sierra sin hallar nada: ni huellas, ni armas, ni cuerpos. Solo encontraron, en el claro donde se perdió su pista, tres casquillos de bala incrustados en el suelo, formando un triángulo perfecto.
A partir de entonces, el claro fue evitado, y las madres advertían a sus hijos:
Nunca sigas los ecos de la sierra, podrían no ser humanos.
El eco de los perdidos
Con el tiempo, otros cazadores aseguraron haber escuchado voces humanas entre los árboles, llamándose entre sí:
¡Bartolo!... ¡Ginés!... ¡Rafael!...
Algunos, al seguir esas voces, terminaron perdiéndose durante horas, incluso días. Uno de ellos regresó pálido y tembloroso, diciendo que había visto a tres hombres con ropas del siglo XIX, inmóviles en el claro, con los ojos blancos y los rifles oxidados.
Desde entonces, el barranco fue bautizado como el Barranco de los Ecos, y la leyenda de los cazadores pasó a formar parte del alma oscura de la sierra.
Una advertencia eterna
Hoy, muchos excursionistas recorren la Sierra de Aracena sin saber que, entre sus senderos más sombríos, aún puede escucharse el eco de los que nunca salieron. Hay quien asegura que, en ciertas noches, si uno se adentra lo suficiente, puede ver luces entre los árboles, como faroles antiguos, y voces que llaman desde la niebla.
Pero los más sabios del lugar lo tienen claro:
Si la sierra te llama por tu nombre… no respondas.
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