En el pequeño pueblo de Clearwater, donde el tiempo parecía detenerse y el aire siempre olía a madera quemada, existía una vieja casa al borde del acantilado conocida como "El Refugio de los Susurros". Ningún vecino recordaba quién había construido aquella mansión, pero todos coincidían en que estaba maldita. Cada año, durante la primera nevada, alguien desaparecía, y siempre había un hilo común: la última vez que se les veía, estaban cerca del Refugio.
Sophia Kane, una periodista independiente, llegó a Clearwater con la intención de escribir un reportaje sobre las leyendas urbanas que rodeaban el lugar. Había oído historias en su ciudad natal, susurradas como cuentos para asustar a los niños, pero su instinto le decía que había algo más que supersticiones en aquel pueblo. Algo real.
La noche en que Sophia decidió visitar el Refugio, el viento soplaba con fuerza, arrastrando copos de nieve en todas direcciones. Las calles del pueblo estaban desiertas, y las luces de las farolas parpadeaban como si quisieran advertirle que se diera la vuelta. Pero su determinación era inquebrantable. Equipada con una linterna, una libreta y una grabadora, caminó hasta la puerta desvencijada de la casa.
Al cruzar el umbral, una ráfaga de aire frío apagó su linterna. El sonido de sus botas resonaba en el suelo de madera podrida mientras exploraba el vestíbulo. Las paredes estaban cubiertas de grietas, y el techo parecía a punto de derrumbarse, pero lo que más llamaba su atención eran las marcas grabadas en las paredes: líneas, símbolos y palabras en un idioma que no entendía.
Sophia encendió su grabadora y comenzó a describir todo lo que veía. Pero entonces, escuchó algo. Un murmullo. Su corazón dio un vuelco mientras apuntaba la linterna hacia el origen del sonido, pero no había nadie. Solo una puerta entreabierta al final del pasillo.
Al abrirla, descubrió una habitación iluminada por una luz tenue que provenía de una lámpara antigua. Sobre una mesa, había un diario encuadernado en cuero con manchas oscuras en las esquinas. Lo tomó con manos temblorosas y comenzó a leer las primeras páginas. Eran notas de alguien llamado Elijah Gray, fechadas hacía más de 50 años. Hablaban de experimentos, de invocaciones y de algo llamado "el eco".
Justo cuando Sophia estaba por leer más, las páginas comenzaron a pasar solas, como si una mano invisible las moviera. El aire se llenó de un susurro colectivo, palabras ininteligibles que la rodeaban. Entonces, una palabra se hizo clara: "Corre."
El diario cayó de las manos de Sophia, y el golpe seco al chocar contra el suelo pareció despertar algo en la casa. Un crujido resonó desde el piso superior, como si alguien estuviera caminando lentamente, arrastrando los pies sobre la madera vieja. Sophia trató de convencerse de que se trataba del viento, de algún animal, pero el sonido era inconfundible: pasos humanos.
Retrocedió unos pasos hacia la puerta, con la linterna temblando en su mano. Sus instintos le gritaban que saliera de allí, pero su curiosidad era más fuerte. Sin apartar la vista del techo, recogió el diario y lo guardó en su mochila. Si iba a investigar aquel lugar, necesitaría pruebas, y aquel objeto parecía la clave.
El sonido de los pasos cesó. La casa quedó en un silencio opresivo, interrumpido solo por el susurro del viento colándose entre las grietas. Sophia tomó aire, intentando calmarse. “Es solo una casa vieja,” murmuró para sí misma. Pero en el fondo sabía que mentía.
Se dirigió hacia las escaleras, impulsada por una mezcla de temor y determinación. Cada escalón crujía bajo su peso, y con cada paso sentía que algo la observaba. Cuando llegó al último peldaño, el pasillo ante ella estaba sumido en sombras. Solo la débil luz de su linterna rompía la oscuridad.
A su derecha, una puerta estaba entreabierta, dejando ver el interior de una habitación en ruinas. Las paredes estaban cubiertas de más símbolos y marcas, algunas hechas con un material oscuro que parecía sangre seca. En el centro de la habitación, había un espejo antiguo con el marco tallado en madera, lleno de intrincados patrones que parecían moverse bajo la luz de la linterna.
Sophia se acercó al espejo, incapaz de resistir la atracción que ejercía sobre ella. Al principio, solo vio su propio reflejo, pálido y asustado. Pero entonces, algo cambió. Una figura apareció detrás de ella, alta y oscura, con ojos que brillaban como brasas. Sophia se giró rápidamente, pero no había nadie allí.
El susurro volvió, más fuerte esta vez, llenando la habitación. Era como si docenas de voces hablaran al mismo tiempo, repitiendo las mismas palabras: "El eco... el eco... el eco..."
Sophia retrocedió, tropezando con un mueble y casi cayendo al suelo. Su linterna parpadeó, y por un momento todo quedó sumido en la oscuridad. Cuando la luz regresó, el espejo estaba cubierto de una sustancia negra que goteaba lentamente hasta el suelo. El aire se volvió denso, casi irrespirable.
Fue entonces cuando lo vio. En la pared, escrito con aquella misma sustancia negra, había un mensaje: "El eco necesita un cuerpo."
Sophia salió corriendo de la habitación, bajando las escaleras a toda prisa. Pero cuando llegó al vestíbulo, la puerta principal estaba cerrada, y no importaba cuánto tirara de ella, no se abría. Desesperada, giró sobre sí misma, buscando otra salida, pero algo llamó su atención: el diario que había guardado en su mochila estaba ahora sobre la mesa, abierto en una página que no había leído antes.
Se acercó, con las manos temblorosas, y leyó las palabras escritas con letra irregular: "El eco es eterno. Nadie puede escapar."
De repente, sintió un frío intenso en la nuca. Lentamente, giró la cabeza y vio una sombra alargada que se extendía por el suelo, acercándose a ella. Pero no había nadie detrás. Solo el vacío.
La sombra crecía, alargándose como si la luz misma conspirara en su contra. Sophia retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared. El frío se extendía por la habitación, penetrando su ropa y su piel. "No es real, no es real..." murmuraba una y otra vez, pero cada palabra se le escapaba como un suspiro inútil en el vacío que la rodeaba.
De repente, el susurro se convirtió en un grito ensordecedor, un coro de voces que parecían surgir de todas partes y de ninguna. Sophia se tapó los oídos, cerrando los ojos con fuerza mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Pero las voces no paraban. "El eco necesita un cuerpo... el eco necesita un cuerpo..."
Cuando abrió los ojos, estaba de pie en otra habitación. No recordaba haber caminado ni cómo había llegado allí. Las paredes eran lisas, sin grietas ni símbolos. En el centro había un círculo de velas encendidas que parpadeaban como si respiraran al unísono. Dentro del círculo, una figura estaba de pie. Era un hombre, alto y delgado, con un rostro demacrado y ojos que brillaban como el fuego. Su ropa era de otra época, un traje oscuro con manchas que parecían quemaduras.
“¿Sophia Kane?” preguntó el hombre, su voz baja pero clara, como un cuchillo cortando el aire.
Sophia asintió, incapaz de hablar. Su garganta estaba seca, y cada palabra que intentaba formar se deshacía en su mente.
“El eco me eligió a mí hace mucho tiempo,” continuó el hombre, dando un paso hacia ella. A medida que se acercaba, Sophia notó que sus pies no tocaban el suelo, como si fuera una sombra más que una persona. “Y ahora te elige a ti.”
“No... no quiero esto,” logró decir Sophia con un hilo de voz. “Solo vine a investigar. No buscaba problemas.”
El hombre soltó una risa amarga. “El eco no se preocupa por lo que buscas. Solo quiere sobrevivir. Y necesita un anfitrión para hacerlo.”
Sophia retrocedió, sacudiendo la cabeza. “¡No! ¡Esto no puede estar pasando! ¡Es solo una leyenda! ¡No es real!”
El hombre levantó una mano, y el aire a su alrededor pareció temblar. Las velas se apagaron de golpe, dejando la habitación en penumbras. Pero sus ojos brillaban, y en ellos Sophia vio imágenes: un bosque oscuro, una cueva llena de símbolos antiguos, personas gritando mientras eran consumidas por algo invisible. Y, finalmente, ella misma, de pie frente al Refugio, con los ojos vacíos y un grito atrapado en sus labios.
“Puedes correr,” dijo el hombre, su voz ahora un susurro que resonaba en su mente. “Pero nunca escaparás. El eco te encontrará.”
Sophia no esperó más. Giró sobre sus talones y corrió. La casa parecía interminable, cada puerta que abría llevaba a otro pasillo, y cada pasillo parecía más oscuro que el anterior. El susurro la seguía, creciendo con cada paso. Sentía que el frío la alcanzaba, que algo invisible rozaba su piel.
Finalmente, encontró una ventana rota y saltó, aterrizando torpemente en la nieve. El impacto la dejó sin aliento, pero no se detuvo. Corrió hacia el bosque, sin mirar atrás. Los árboles eran altos y sombríos, y el viento aullaba entre las ramas, pero al menos allí se sentía lejos de la casa.
O eso creía.
Cuando llegó a un claro, cayó de rodillas, agotada. Miró hacia el cielo, esperando ver las estrellas, pero solo había oscuridad. Entonces escuchó un crujido detrás de ella. Se giró lentamente, y allí estaba el hombre, de pie entre los árboles, con la misma mirada ardiente.
“El eco no tiene fin, Sophia,” dijo. “Solo el silencio puede detenerlo. Pero tú no lo encontrarás.”
Antes de que pudiera reaccionar, una sombra oscura salió de su pecho, como una niebla negra que la envolvió. Sintió un frío que no era físico, sino profundo, como si estuviera perdiendo algo esencial de sí misma. Gritó, pero no salió sonido. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y en su última visión, vio cómo el hombre se desvanecía, dejando solo el eco de su risa.
Epílogo
Una semana después, el cuerpo de Sophia fue encontrado por un grupo de excursionistas, sentado en el claro, con los ojos abiertos y una expresión de terror en su rostro. Nadie pudo explicar cómo llegó allí o qué había sucedido. El diario de Elijah Gray fue encontrado cerca de ella, sus páginas en blanco.
Los habitantes de Clearwater hablaron en susurros sobre la periodista que había desafiado al Refugio. Y aunque intentaron olvidar, algunos juraron que, en las noches más frías, podían escuchar su voz mezclada con el viento, susurrando palabras que nunca lograron entender.
Y así, el eco continuó.
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