Ana siempre había vivido en aquella casa antigua, llena de crujidos y sombras. Una noche, mientras intentaba conciliar el sueño, escuchó un susurro proveniente de la ventana. Se acercó con cautela, pero no vio a nadie. El sonido volvió, más claro:
- Déjame entrar.
El corazón de Ana se detuvo por un momento. Pensó que era el viento, pero al girarse, vio un reflejo en el cristal: su propio rostro… sonriendo.
El susurro se repitió, desde detrás de ella:
- Ya estoy dentro.
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