Cada noche, Paula cerraba la puerta del armario antes de acostarse. Cada mañana, la encontraba abierta, como si algo hubiera entrado o salido. Al principio pensó que era un simple descuido, pero con el paso de los días, la sensación de inquietud creció. Un día, decidió tomar cartas en el asunto.
Se quedó dentro del armario, esperando. Afuera, la casa estaba en silencio, salvo por el sonido de su propia respiración. Pasaron horas, hasta que finalmente, una ligera presión en la puerta la hizo mirar hacia la rendija. Vió una sombra moviéndose fuera de su alcance. No podía ser. Nadie había entrado en su cuarto. Pero cuando la puerta se abrió lentamente, ella vio una figura entrar al armario, una figura que no la miraba, pero que claramente la observaba.
Al amanecer, la habitación estaba vacía. La puerta seguía cerrada, pero del otro lado… alguien respiraba. No era ella.
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