En el corazón del antiguo convento de La Rábida, donde Colón halló cobijo antes de su viaje al Nuevo Mundo, se cuenta una leyenda que ha persistido a través de generaciones. No tiene que ver con navegantes ni descubrimientos, sino con una figura femenina etérea, que aparece vestida con un manto azul celeste y cuya presencia se percibe como un suspiro en la piedra antigua: la Dama de Azul.
Una aparición entre los muros franciscanos
La leyenda comenzó a circular en el siglo XIX, cuando varios frailes aseguraron haber visto, en más de una ocasión, a una mujer caminando lentamente por los pasillos del convento al anochecer, envuelta en una tenue luz azulada. No hablaba, no dejaba huellas, y su rostro, aunque bello, mostraba una profunda tristeza.
Lo más curioso era que ninguna mujer vivía en el convento, y estaba prohibido que entraran a determinadas zonas. Sin embargo, todos los testigos coincidían en los detalles: el vestido azul claro, el caminar pausado, el aire helado que dejaba tras de sí.
El diario del hermano Gaspar
Años después, se encontró en los archivos del convento un cuaderno antiguo, escrito por el fraile Gaspar de Olmedo, quien afirmaba haber investigado la aparición. Según él, la dama era el espíritu de una joven noble, Leonor de Ayala, hija de un caballero al servicio de los Reyes Católicos, que había sido enviada al convento en 1492 para protegerla de un matrimonio forzado.
Leonor, devota y culta, pasaba las tardes en la biblioteca copiando libros y rezando en soledad. Allí conoció a un joven navegante que frecuentaba La Rábida: un cartógrafo silencioso que se enamoró perdidamente de ella. Su amor era secreto, prohibido por las normas del convento y las expectativas de su familia.
Una noche, Leonor escapó con la intención de huir con su amado por el río Odiel, pero nunca llegó a su destino. Dicen que fue interceptada y llevada de nuevo al convento, donde murió semanas después, consumida por la pena. Fue enterrada, según las crónicas, en un pequeño jardín interior, bajo una losa sin nombre.
Un alma que aún espera
Desde entonces, la figura de la Dama de Azul ha sido vista por vigilantes, visitantes y hasta turistas despistados. Siempre al atardecer, caminando cerca de la antigua biblioteca o junto al claustro. Algunos aseguran haber escuchado cantos suaves en latín, o haber sentido una mano helada tocarles el hombro sin que nadie estuviera allí.
Uno de los guías actuales del monasterio confiesa que, en varias ocasiones, las cámaras de seguridad han captado una silueta translúcida recorriendo los pasillos, aunque nunca se registra su paso en las puertas ni sensores. Los monjes ya no hablan del tema abiertamente, pero mantienen una vela encendida en una hornacina olvidada, donde antes estuvo el jardín de Leonor.
Un amor detenido en el tiempo
La Dama de Azul no parece buscar venganza ni causar miedo. Su aparición está envuelta en una melancolía profunda, como si esperara aún a su amado, o simplemente repitiera cada noche el último paseo que dio antes de su desgracia. Quienes la han visto aseguran que su mirada es tan intensa que quien la contempla jamás puede olvidarla.
Y así, entre las sombras del convento de La Rábida, la historia de un amor imposible sigue viva… mientras una dama vestida de azul sigue caminando sin descanso.
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