En el corazón de Granada, en una de sus calles más antiguas, se alza una casona conocida como la Casa del Oro. Su nombre evoca historias de riquezas ocultas y secretos inconfesables, transmitidos de generación en generación como un susurro que se niega a desvanecerse en el tiempo.
Un comerciante y su tesoro
Cuenta la leyenda que, en el siglo XVI, la casa perteneció a un adinerado comerciante morisco que, previendo su inminente expulsión tras la conquista cristiana, escondió su fortuna en algún rincón de la vivienda. Temeroso de que le arrebataran su oro, realizó un juramento: nadie lo encontraría jamás. Sin embargo, antes de revelar su ubicación a sus herederos, fue apresado y ejecutado, dejando tras de sí un misterio sin resolver.
Desde entonces, generaciones de habitantes han intentado descubrir el supuesto tesoro. Algunos excavaron el suelo, otros desmontaron paredes y techos, pero jamás se halló rastro del oro. Sin embargo, quienes pasaron tiempo en la casa afirmaban haber escuchado extraños murmullos en la oscuridad, pasos arrastrándose por los pasillos vacíos y, lo más inquietante, una presencia que se manifestaba al caer la noche.
Apariciones y maldiciones
Los vecinos aseguran que, en ciertas madrugadas, una figura espectral recorre las estancias de la casa. Dicen que es el alma del comerciante, condenado a vagar eternamente por su avaricia. Algunos testigos afirman haber visto destellos dorados en la penumbra, como si la fortuna perdida tratara de revelarse ante los ojos de los incrédulos. Sin embargo, aquellos que han intentado buscarla han caído en la desgracia: enfermedades repentinas, accidentes inexplicables o la ruina económica han marcado a quienes se han atrevido a desafiar el misterio de la Casa del Oro.
A día de hoy, la vivienda sigue en pie, pero pocas personas se atreven a habitarla por largo tiempo. La historia sigue viva en la memoria de los granadinos, un recordatorio de que la codicia puede condenar hasta el alma más poderosa.
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