A orillas del río Odiel, en la ciudad de Huelva, el Molino de la Vega fue en su tiempo un lugar de gran actividad. Durante siglos, sus enormes piedras molían el grano que alimentaba a la población, convirtiéndolo en un punto clave para la economía local. Sin embargo, con el paso del tiempo, el molino quedó en el olvido, y con él, una historia oscura que aún persiste en la memoria de los onubenses.
Se dice que, entre los restos de aquel viejo edificio, aún vaga el espíritu de un antiguo molinero, un alma en pena que jamás abandonó su lugar de trabajo. Son muchos los que afirman haber visto una sombra espectral en las noches más frías, moviéndose entre las ruinas del molino, como si todavía cuidara de su hogar de piedra y agua.
La Maldición del Molinero
La leyenda se remonta al siglo XIX, cuando el molino aún estaba en funcionamiento. Su dueño, Tomás Aguirre, era un hombre severo y ambicioso, conocido por su carácter huraño y su avaricia. Se decía que acumulaba grandes riquezas, pero que jamás compartía ni una migaja con sus trabajadores, quienes pasaban largas jornadas de trabajo sin apenas descanso.
Uno de sus empleados, Andrés, un joven molinero de origen humilde, había trabajado en el molino desde niño. Confiaba en que, con los años, Tomás le cedería una parte del negocio o al menos le aseguraría un futuro mejor. Sin embargo, cuando Andrés pidió un aumento de salario y mejores condiciones, su patrón se rió en su cara.
— Este molino es mío, y nadie más se beneficiará de él. Trabajarás hasta el día en que mueras, como todos los demás.
Herido por la injusticia, Andrés juró vengarse. Y una noche de tormenta, cuando el río rugía con fuerza y el molino crujía con cada ráfaga de viento, el joven molinero entró sigilosamente en la oficina de su patrón con la intención de enfrentarlo. Nadie sabe exactamente qué ocurrió en esa habitación, pero lo cierto es que, al amanecer, Tomás Aguirre fue encontrado muerto, con los ojos abiertos y una expresión de horror en el rostro.
Andrés desapareció esa misma noche, y aunque algunos decían que huyó hacia Portugal, otros aseguraban que el río se lo llevó consigo, convirtiéndolo en parte de la maldición del molino.
Los Susurros en la Oscuridad
Desde entonces, el Molino de la Vega quedó marcado por una presencia inquietante. Trabajadores y visitantes aseguraban que, al caer la noche, se escuchaban susurros y pasos invisibles entre las paredes de piedra. Algunos afirmaban ver una figura borrosa en las sombras, siempre observando, como si esperara algo.
Pero lo más aterrador ocurrió en la década de 1970, cuando un grupo de jóvenes exploraba las ruinas del molino una noche de invierno. Uno de ellos, retando a sus amigos, decidió entrar solo en la antigua oficina donde murió el patrón. Apenas había dado unos pasos cuando, según su testimonio, sintió una mano helada agarrándolo por el hombro. Al girarse, vio el reflejo de una figura espectral en un viejo espejo roto. Era un hombre delgado, con el rostro consumido por la ira y los ojos brillantes de desesperación.
Gritando, el joven salió corriendo y nunca más volvió a acercarse al lugar.
El Alma que No Descansa
A día de hoy, aunque el molino ya no está en pie, muchos aseguran que el espíritu de Andrés sigue vagando por la zona, atrapado entre el mundo de los vivos y los muertos. Algunos dicen que, en las noches de viento, se puede escuchar el chirrido de una rueda de molino girando, aunque ya no exista ninguna.
Los más supersticiosos evitan acercarse al lugar después del anochecer. Porque, si el fantasma del molinero sigue ahí, tal vez aún esté esperando a alguien que haga justicia por él… o a una nueva víctima a la que arrastrar al fondo del río.
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