En el corazón de Granada, entre callejuelas empedradas y antiguas iglesias, se encuentra la parroquia de San Juan de los Reyes, un templo con una historia peculiar. Más allá de su valor arquitectónico, esta iglesia es conocida por una leyenda que ha pasado de generación en generación: la historia del gallo que anunció una traición y marcó el destino de un hombre.
Un Juicio Injusto
La historia se remonta al siglo XVI, cuando Granada aún estaba adaptándose a los cambios tras la conquista cristiana. En aquellos tiempos, la ciudad estaba llena de comerciantes, viajeros y forasteros que venían en busca de nuevas oportunidades. Entre ellos, un joven mercader llegó a Granada con la esperanza de prosperar.
Una noche, mientras descansaba en una posada, fue arrestado por la guardia sin explicación alguna. Se le acusaba de un robo en una casa noble, y aunque él juró su inocencia, no hubo pruebas a su favor. El juez, apresurado por resolver el caso, lo condenó a la horca.
El Último Ruego y el Gallo Milagroso
Horas antes de su ejecución, el joven pidió una última voluntad: ser llevado ante el juez que lo condenó. Al principio, los guardias se mostraron reacios, pero ante su insistencia, finalmente le concedieron la petición y lo condujeron a la casa del magistrado, que en ese momento se disponía a cenar un plato de gallo asado.
Desesperado, el mercader proclamó su inocencia y señaló el plato del juez, exclamando:
— ¡Si soy inocente, ese gallo cantará en este mismo instante!
El juez rió con burla, pero, ante la sorpresa de todos los presentes, el gallo asado se incorporó sobre la bandeja y cantó con fuerza, llenando la sala con un sonido imposible de ignorar.
Atónito, el juez detuvo la ejecución y ordenó investigar nuevamente el caso. Descubrieron que el verdadero ladrón había huido de la ciudad, y el mercader fue liberado.
El Gallo de San Juan de los Reyes
Desde entonces, la iglesia de San Juan de los Reyes ha sido lugar de peregrinación para quienes buscan justicia o han sido víctimas de falsas acusaciones. Algunos aseguran que, en noches de tormenta, se puede oír el lejano canto de un gallo entre los muros del templo, recordando aquella noche en la que un milagro salvó una vida.
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